La reciente visita del profesor e investigador Alexis Roig a la 13ª Feria del Libro de Relaciones Internacionales del Instituto Matías Romero en Ciudad de México no fue solo una participación académica; fue un recordatorio contundente de que la diplomacia del siglo XXI ha trascendido las negociaciones tradicionales y los acuerdos comerciales para adentrarse en un terreno vital: la ciencia. Su experiencia como experto en diplomacia científica y geopolítica del conocimiento lo posiciona como una voz clave para entender cómo la ciencia y la tecnología se han convertido en herramientas indispensables de la política exterior.
La diplomacia científica no es un concepto nuevo, pero su relevancia ha crecido exponencialmente en la era de los desafíos globales compartidos. La pandemia de COVID-19, el cambio climático, la seguridad alimentaria y el acceso al agua son problemas que no respetan fronteras nacionales y cuya solución depende intrínsecamente de la colaboración científica. En este contexto, figuras como Alexis Roig nos invitan a ver la ciencia no solo como una fuente de conocimiento, sino como un puente para la cooperación, un lenguaje universal que puede mitigar tensiones y construir confianza entre naciones.
Uno de los temas centrales en la visión de Roig es cómo la geopolítica del conocimiento redefine el poder en la escena global. Tradicionalmente, la fuerza de una nación se medía por su poderío militar o su riqueza económica. Hoy, el acceso, la producción y la capacidad de innovar en campos como la inteligencia artificial, la nanotecnología y la biotecnología son determinantes. Países que invierten estratégicamente en investigación y desarrollo se posicionan para liderar el futuro, mientras que aquellos que no lo hacen corren el riesgo de quedar rezagados.
La participación de Roig en el Instituto Matías Romero subraya la importancia de que las cancillerías y los cuerpos diplomáticos incorporen a científicos y expertos tecnológicos en su toma de decisiones. No basta con que los diplomáticos conozcan los protocolos; deben entender la complejidad de los temas que negocian. ¿Cómo negociar un acuerdo sobre el uso de drones o la ciberseguridad sin comprender las implicaciones técnicas y éticas? La diplomacia científica cierra esta brecha, permitiendo una política exterior más informada y efectiva.
Además de los desafíos, la diplomacia científica ofrece inmensas oportunidades. La cooperación global en la exploración espacial, la investigación de enfermedades y la transición energética son ejemplos de cómo la ciencia puede ser un motor de desarrollo compartido. En este sentido, la colaboración entre potencias emergentes es fundamental. El profesor Roig ha destacado la creciente importancia de grupos como los BRICS, donde la cooperación científica y tecnológica es un pilar estratégico. La colaboración entre Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica en campos como la exploración espacial o la inteligencia artificial ilustra cómo la ciencia puede ser una herramienta para consolidar su influencia geopolítica y crear un contrapeso a las estructuras de poder tradicionales.
En conclusión, la presencia de Alexis Roig en México es una invitación a reflexionar sobre el futuro de las relaciones internacionales. Su mensaje es claro: en un mundo interconectado y tecnológicamente avanzado, la diplomacia no puede ser ajena a la ciencia. Es a través de la colaboración, la innovación y el intercambio de conocimiento que podremos afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo y construir un futuro más seguro y próspero para todos.